viernes, 28 de febrero de 2014

Muffins de plátano y avena



No voy a negar que me encantan los cupcakes, ¿y a quién no? ¡son monísimos!. Los miras y piensas que parece increíble que puedan comerse. Pero tengo que confesar que, aunque no sean tan bonitos, soy más de muffins, sobre todo si son un poco rústicos.



Porque como ya he explicado en alguna otra entrada, a la hora de comerlos, tanta crema por encima, me sobra. Prefiero algo más parecido a una magdalena de las de toda la vida, pero con sabores diferentes. Un bizcocho tierno y jugoso que te sorprenda por su sabor, me parece mucho más sugerente que algo que te entre por los ojos pero resulte demasiado empalagoso. Aunque claro hay gustos para todo y todos son respetables (por eso ya pondré algún que otro cupcake). Pero hoy tocan unos de esos muffins que no llaman mucho la atención, pero con los que podría desayunar cada mañana. Y como llevan fruta y avena (y no llevan cantidades ingentes de grasas, como los cupcakes) pueden ser considerados bastante sanos… ruego no confundir sano con light, please!, que la pastelería y las dietas para adelgazar están muy reñidas. En fin, aquí va la receta para 8 muffins:



Ingredientes:
55 g de mantequilla
90 g de azúcar moreno
1 huevo grande
70 g de harina
90 g de copos de avena
1 cuchara pequeña de impulsor
1 plátano
60 ml de leche
1 cuchara pequeña de vainilla líquida o en pasta
½ cuchara pequeña de canela
1 cuchara de semillas de sésamo



Preparación:
En primer lugar encendemos el horno a 180º C y preparamos 8 cápsulas para magdalenas en un molde para horno. Batimos la mantequilla a temperatura ambiente con el azúcar moreno. Cuando se haya integrado agregamos el huevo y continuamos removiendo. Luego incorporamos la harina tamizada, el impulsor y los copos de avena.



Ahora es el momento de triturar el plátano con la leche, como si hiciéramos un batido, y también lo añadimos a la masa. Finalmente aromatizamos con la vainilla y la canela y añadimos el sésamo.
Repartimos la masa en las cápsulas y horneamos a 180º C durante unos 20 minutos, o hasta que estén cocidas. Las dejamos enfriar sobre una rejilla y solo nos queda preparar un té o un café para acompañarlas. ¡Hasta la próxima!



lunes, 24 de febrero de 2014

Pizza casera



Llevamos ya unas cuantas entradas dulces, y había prometido en la primera que no me dedicaría solo a hacer postres, así que toca poner en marcha nuestro horno para hacer algo salado… ¡pizzas!


Porque, aunque es verdad que normalmente relacionamos la pizza con la comida rápida (fast food), y por lo tanto con algo no muy sano, la verdad es que si la hacemos en casa, con buenos ingredientes y sin olvidarnos de agregarle algún vegetal, puede ser una comida bastante equilibrada… o al menos eso decía uno de mis profesores de bromatología (la ciencia de los alimentos, para quien no lo sepa), y esa es una excusa fantástica para disfrutar de una pizza sin cargo de conciencia.

 
Ingredientes:

700 g de harina
70 g de levadura fresca
1/2 taza de aceite de oliva
600 ml de agua tibia
sal
tomate natural triturado
orégano
y un montón más de ingredientes que escogeréis según vuestros gustos

Preparación:

Empezamos diluyendo la levadura en una parte del agua tibia y dejándola reposar entre 5 y 10 minutos para que comience a fermentar (podemos ayudarla con una cuchara de azúcar). Por otra parte unimos la harina (que puede ser de semifuerza, al igual que cuando hacemos un pan) con la sal y el aceite de oliva. Le agregaremos la levadura disuelta y luego poco a poco el resto del agua tibia, uniéndolo todo con las manos. Puede que no necesitemos agregar toda el agua. Dependerá del tipo de harina que utilicemos, de la humedad y la temperatura a la que esté nuestra cocina, del calor que le imprimamos a la masa con nuestras manos y mil cosas más. En cualquier caso, si no es necesario no agregamos toda el agua, ya que al final la masa ha de quedar suave y lisa, pero no pringosa.



Una vez decidamos que ya hemos puesto toda el agua que necesitamos, llega el momento de pensar en alguien que nos saque de quicio para desquitarnos a gusto golpeando la masa (¡je, je! es una gran terapia), así que golpearemos el bollo de masa sobre la mesa, con fuerza, muchas veces, hasta  que quede una masa fina. Una vez la tengamos, separamos los bollos que formarán cada pizza. ¿Cuántos bollos? Bueno, eso depende de cómo nos gusten las pizzas y del tamaño de las bandejas en las que las hornearemos. Para hacernos una idea, si hacemos pizzas individuales y nos gustan finas, tendremos suficiente con unos 200 g de masa por cada pizza, mientras que si usamos una bandeja de horno grande y nos gustan de masa gruesa, podemos necesitar hasta 600 g. Una vez los tengamos separados pondremos cada bollo de masa sobre las mismas bandejas en las que los hornearemos, untadas con aceite de oliva, y los cubriremos con film transparente o con un paño, para dejarlos leudar en un sitio cálido, durante un mínimo de 1 hora (pero mejor si es más tiempo).




Una vez doblen su tamaño, las estiramos con las manos humedecidas con aceite de oliva, sobre la bandeja donde las vayamos a cocinar. La imagen del pizzero haciendo volar la masa de pizza sobre los puños es fantástica, pero seamos realistas: haciéndolo de esta manera la mayoría de nosotros terminaría redecorando la cocina con trozos de masa por todas partes. Y la que os propongo es una forma mucho más fácil y segura de estirar la masa de la pizza sin necesidad de usar un rodillo (cosa que espantaría a un pizzero). Solo hay que ir estirando la masa poco a poco con los dedos hasta que ocupe toda la bandeja en la que la hornearemos. A continuación pondremos sobre cada pizza un poco de tomate natural triturado (por favor, abstenerse de poner tomate frito, desvirtúa totalmente el sabor de la pizza) y un poco de orégano.




Ahora llegamos a un punto controvertido: la mayoría de la gente pondría en este momento todos los ingredientes sobre la pizza y la llevaría al horno hasta que esté hecha. Yo no… yo la pongo ahora en el horno, sin más ingredientes que el tomate. ¿Por qué? Bueno, puedo daros la respuesta fácil, que sería “eso es lo que me enseñó mi abuela”, y sería verdad, pero como la mayoría de los que leeréis esto no conocisteis a mi abuela (un ser maravilloso y excelente cocinera, de quien aprendí muchísimo de cocina y de otras cosas) no sabréis la trascendencia que pueda tener  este punto, así que os daré una explicación más racional: es muy importante que la masa quede perfectamente cocida, incluso si se trata de una masa gruesa… ¡sobre todo si se trata de una masa gruesa! Y, una vez le ponemos el queso encima, si éste se tuesta, daremos la pizza por cocida, cuando en realidad, solo lo estará si su masa es finísima (cosa que al principio nos costará conseguir). Por eso, para asegurarnos de que la masa queda perfectamente cocida, la hornearemos solo con el tomate por encima, hasta que la masa esté hecha, pero no tostada. Además esto nos dará una enorme ventaja: podemos hacer la masa de la pizza con antelación, incluso podemos congelarla, y sacarla del congelador con el tiempo justo para ponerle los ingredientes por encima y hornearla hasta que se funda el queso, lo cual es muy práctico si tenemos algún invitado sorpresa, o si salimos con la familia y al volver queremos preparar la cena en 15 minutos.




En cuanto a los ingredientes que les pongamos por encima, cada uno es libre de poner lo que le guste. En mi casa hay algunos ingredientes que no faltan jamás (como las setas, el jamón, la cebolla, el pimiento, las olivas, el beicon, los espárragos, la rúcola o la albahaca) y otros que usamos mucho menos. Pero lo que no puede faltar nunca es el queso. Vale la pena experimentar, probar distintos tipos de queso, hacer mezclas y no olvidarnos nunca de poner un poco (o un mucho) de mozzarella. Bon appetit!

viernes, 21 de febrero de 2014

Pastel violín





Como ya comenté en el post anterior, ha sido el cumpleaños de mi hijo. Os enseñé los pastelitos que llevó a la escuela, pero aún falta por enseñaros el pastel de cumpleaños. Siguiendo con la misma temática,  tenía que ser un violín, y aunque el proyecto imponía un poco, decidí intentarlo y aquí está el resultado.




El pastel en si es muy sencillo: un bizcocho simple, solo con huevos, harina y azúcar (que para mi son los más esponjosos, ligeros y sabrosos), relleno con dulce de leche (porque tanto mi hijo como yo somos irremediablemente adictos, pero obviamente, si alguien quiere reproducirlo, puede ponerle lo que más le guste) y cubierto con fondant. Lo que, a mi entender, tiene más interés, es como montarlo.



En primer lugar hay que hacerse con una plantilla con forma de violín del tamaño apropiado y cortar el bizcocho siguiendo la forma del instrumento. Los restos de bizcocho no los tiraremos (ni nos los comeremos), porque luego los vamos a aprovechar para hacer el mástil del violín.



A continuación mojamos el bizcocho con almíbar, lo rellenamos  y lo cubrimos con más dulce, para que quede húmedo y sabroso. Ahora lo dejamos enfriar un rato en la nevera para que coja cuerpo.



Mientras podemos hacer el mástil. Para ello desmigamos los restos del pastel y los unimos formando una pasta con más dulce de leche, chocolate, crema, o lo que os apetezca, como si estuviésemos haciendo cake pops. La pasta que obtengamos podrá modelarse, lo que nos permitirá darle forma al mástil, incluido el caracol que tiene en el extremo.


Ahora procedemos a cubrir tanto el cuerpo como el mástil con fondant marrón y le hacemos los rebordes. Para que el resultado sea lo más parecido posible a la madera, con un pincel, colorante alimentario marrón y un poco de agua, pintaremos las vetas. Puede parecer un paso que no es necesario, pero le da mucho más realismo al violín.



Luego pintamos con colorante negro las efes que tiene la caja del violín. Y con fondant negro hacemos la cubierta del mástil, el soporte de los afinadores y la barbilla.



También hacemos las clavijas, formando pequeñas bolitas, que aplanaremos y pincharemos en un palillo. Forraremos el palillo con más fondant y lo clavaremos en el mástil.




Con fondant color carne hacemos el puente. (sí, lo del color carne a mi también me parece extraño, pero todos los violines lo tienen en este color, o similar).


Y finalmente ponemos las cuerdas, que en este caso, es lo único del pastel que no es comestible, además de los palillos. He usado hilo de bramante, que me pareció menos grave que usar otras cosas, ya que en el fondo se usa para cocinar, ¿no?.


Y este es el resultado final… ¡ay! No puedo esperar a ver que cara ponen los invitados, ¡je je! ¡Feliz fin de semana!



martes, 18 de febrero de 2014

Pastelitos de chocolate




Hoy es el cumpleaños de mi hijo Àlex. Cumple 12 y ya se ha hecho una costumbre que, para su cumpleaños, lleve a la escuela alguna cosa hecha por mí, para compartir con sus compañeros.






Un año fueron la clase de las estrellas de mar, e hice galletas con forma de estrellas de mar.

Otro año tenía muchas ganas de hacer mini cupcakes de mariquitas, y eso hice.






Pero este año, como es el último de enseñanza primaria quería hacer algo que lo representase a él. Su gran afición es la música, y aunque toca el piano, SU instrumento (así, con mayúsculas) es el violín. Con unos preciosos moldes para galletas con forma de violín, lo lógico hubiera sido hacer unas galletas, pero tenía ganas de hacer pastelitos (o petit fours) de chocolate y se me ocurrió que en lugar de hacer unos aburridos pastelitos cuadrados, los haría con forma de violín.




He utilizado una receta de bizcocho de chocolate que es infalible y muy fácil, con la que también podéis hacer los mismos pastelitos cuadrados o hacer un solo pastel redondo, normal y corriente.

Ingredientes:

300 g de azúcar                                                                                                         
110 g de mantequilla                                                                                     
3 huevos                                                                                                       
100 ml de agua                                                                                                          
1/2 cuchara pequeña de vainilla líquida o en pasta
200 g de harina                                                                                                         
50 g de cacao en polvo sin azúcar                                                                                         
1 y ½  cuchara pequeña de bicarbonato
½ cuchara pequeña de impulsor
½ cuchara pequeña de sal




Preparación:

En primer lugar engrasamos el molde en el que prepararemos el bizcocho y precalentamos el horno a 190ºC.
Unimos el azúcar a la mantequilla batiendo hasta que queden perfectamente integrados. Yo utilizo el robot, pero con un poco de esfuerzo puede hacerse a mano. Agregamos los huevos uno a uno, sin dejar de batir y  luego el agua y la vainilla.
Por otra parte, unimos los elementos secos: la harina, el cacao, el bicarbonato, el impulsor y la sal. Tamizamos la mezcla y la vamos agregando poco a poco a la preparación húmeda anterior, sin dejar de batir, pero bajando un poco la velocidad.
Una vez la parte seca está perfectamente integrada a la húmeda vertemos la preparación en el molde engrasado y horneamos entre 50 y 60 minutos a 190º C.
Dejamos enfriar un poco el bizcocho, lo desmoldamos sobre una rejilla y esperamos a que esté totalmente frío antes de proceder a cortarlo en porciones, en este caso, en forma de violín.



Cubrimos cada pequeño violín con chocolate derretido (al baño María, o si lo hacemos con mucho cuidado, al microondas).
Finalmente decoramos cada violín con fondant sabor chocolate, para lo que utilizamos el mismo molde de galleta. Y terminamos marcando las cuerdas, las clavijas, las efes, y demás detalles con glasé real. El glasé real lo hacemos mezclando clara de huevo con azúcar glasé y unas gotas de limón. Nos quedará blanco, que ya está bien para las cuerdas. Y el resto de detalles lo hacemos tiñendo el resto del glasé real con colorante comestible negro. Ponemos cada pastelito en un molde de magdalenas, en este caso alargado ¡y ya está!. Espero que os gusten.








martes, 11 de febrero de 2014

Pastel de San Valentín (Red Velvet)



No suelo dejarme llevar por la fiebre consumista que caracteriza este tipo de festividades, independientemente de que sean importadas o no (cosa que realmente no me importa en absoluto). Pero me encanta tener alguna cosa para celebrar. 

 


Y para mi, celebrar, significa hacer un pastel y compartirlo con las personas a las que quiero. ¿Qué puede haber más “Sanvalentinero” (si me permitís la palabra inventada) que compartir con los seres amados, un dulce hecho con amor? Seguramente alguno conteste: “un pastel de Red Velvet”… Así que hagamos un Red Velvet muy rojo y muy romántico.

 


Ingredientes:

110 g de mantequilla
300 g de azúcar
2 huevos
2 cucharas grandes de cacao sin azúcar
1 cuchara pequeña de colorante rojo en pasta
1 cuchara pequeña de vainilla
240 ml de leche
1 cuchara de zumo de limón
300 g de harina
2 cucharas pequeñas de impulsor
Y para la crema de queso:
75 g de mantequilla
100 g de azúcar glasé
100 g de queso blanco tipo Philadelphia
Unas gotas de vainilla
Fondant para decorar




Preparación:

En primer lugar tenemos que cortar la leche con el limón, para formar algo similar al buttermilk, que lo substituirá en la receta. Para ello simplemente los unimos y los dejamos reposar 5 minutos, mientras encendemos el horno a 170º C y comenzamos a preparar la receta.
Batimos la mantequilla a temperatura ambiente con el azúcar hasta integrarlo completamente. Añadimos los huevos y la vainilla sin dejar de batir.
Tamizamos la harina con el cacao y el impulsor (polvos tipo Royal) y la añadimos a lo anterior, pero mezclando, no batiendo. Incorporamos la leche cortada y por último el colorante que le dará a nuestro pastel ese bonito color rojo.




Es importante utilizar un buen colorante. No sirven los colorantes líquidos, ni en gel, porque tendríamos que usar demasiada cantidad y aún así no obtendríamos el color deseado. Tiene que ser un colorante en pasta concentrado (yo utilizo el de Sugarflair). Además, la medida que pongo en la receta es orientativa: podéis poner más o menos según observéis el color que vais obteniendo.




Ahora pondremos nuestra mezcla en un molde de horno previamente engrasado con la forma que más nos guste (yo usé un corazón porque ¿qué otra cosa podía usar en San Valentín?) y horneamos a 170º C hasta que al pinchar el bizcocho con un palillo éste salga seco (lo que llevará una media hora). Lo dejamos reposar 10 minutos en el mismo molde y tras desmoldar sobre una rejilla, lo dejamos enfriar completamente.
Mientras tanto preparamos la crema de queso, para lo cual tenemos que mezclar en la batidora la mantequilla a temperatura ambiente con el azúcar glasé tamizado, durante al menos 5 minutos, o incluso más (por eso es mejor usar batidora, a no ser que nuestra intención sea tener unos músculos de escándalo en los brazos). Una vez la mezcla toma un color blanquecino y es completamente homogénea agregamos la vainilla y el queso frío y continuamos batiendo hasta obtener una textura suave.

 


Ahora cortamos el pastel en dos para rellenarlo con parte de la crema y lo cubrimos con el resto, con mucho esmero, para que nos quede una superficie lo más lisa posible. Si dejamos imperfecciones, al cubrir con el fondant, éstas se notarán y no quedará bonito. Aunque, claro, también podríais hacer más crema de queso y cubrirlo simplemente con ella, que es la forma más tradicional.




En mi caso, después de llevar el pastel a la nevera, al menos por una hora, quise usar fondant rojo para cubrir el corazón, agregarle una cinta de fondant blanco para la terminación, unos corazoncitos y un osito que hice con fondant de diferentes colores. Espero que os guste.

sábado, 8 de febrero de 2014

Rollos de canela




Algunos domingos cuando me levanto por la mañana no hay nada que me apetezca más que un bollo dulce, calentito y aromático en mi desayuno.





Y también los sábados, y los jueves y los lunes… porque ¿qué hay mejor que empezar el día con un rollo de canela? pues empezarlo con un rollo de canela calentito. Me gusta prepararlos en terrinas individuales, lo que los hace más fáciles de servir, aunque también los he visto (y en mis primeros intentos los he hecho) en fuentes grandes.





 

Ingredientes:

160 ml de leche
50 g de mantequilla
5 g de levadura fresca
50 g de azúcar blanco
450 g de harina
1 pizca de sal
2 huevos grandes
100 g de azúcar moreno
1 cuchara extra de harina
80 g más de mantequilla fría
2 cucharas pequeñas de canela
½ cuchara pequeña de nuez moscada
½ cuchara pequeña de jengibre en polvo
azúcar glasé y leche evaporada para pintar

 





Preparación:

Fundimos la mantequilla y le añadimos la leche asegurándonos que la mezcla resultante tenga una temperatura de unos 37 o 40º C. Le añadimos el azúcar blanco y la levadura, removemos y dejamos reposar 5 minutos o hasta que haga espuma.
Mezclamos la harina con la sal y le añadimos la mezcla anterior. Finalmente agregamos los huevos y formamos una masa, que hemos de trabajar unos minutos hasta que quede elástica y no se nos pegue a las manos. La dejamos reposar hasta doblar su volumen, tapada y en un rincón de la cocina donde no tengamos corrientes de aire. 







Mientras, cortaremos los 80 g de mantequilla fría en trozos muy pequeños y los uniremos con el azúcar moreno, la cuchara de harina y las especias hasta que tengan el aspecto de migas. Pasado el tiempo de reposo de la masa, la estiramos con un rodillo para obtener un cuadrado, sobre el que dispondremos la mezcla de especias. Enrollamos la masa formando un tubo que cortaremos en porciones de unos 3 dedos de ancho y que dispondremos en recipientes individuales que puedan ir al horno.





 Dejamos reposar otra vez hasta que doblen su volumen, pintamos los rollitos con un poco de leche evaporada y los llevamos al horno a 190º C hasta que tengan un bonito color dorado, lo cual nos llevará unos 15 o 20 minutos.







Al sacarlos del horno podemos salpicarlos con una mezcla hecha con un poco de azúcar glasé y leche evaporada, y ya están.
Y si los hacéis el día anterior y los queréis calentitos para desayunar, basta con ponerlos unos minutos en el horno y parecerán recién hechos. ¡Buen provecho!